miércoles, octubre 03, 2012

Atala y Atala

Ya hace dos meses que mi abuelita está en un lugar mejor, y la verdad aún se me hace un nudo en la garganta al pensar en su ausencia.
Su partida creo que a mi familia (Aguirre Piedragil) la estamos viviendo muy diferente al resto de las familias descendientes.
Un tarde sentados en la sala mi abuelita empezó a tener la vista perdida, mi madre lo noto, sin hacerse notar nos dijo que algo no estaba bien y que teníamos que actuar. Fue el primer derrame de mi abuela.
Días después teníamos una niña, le ayudábamos a comer, a bañarse, a caminar, le leiamos y su sonrisa era lo único que nos indicaba que estábamos haciendo algo bien.
Misma sonrisa con la que nos recibía y que no era necesario preguntar si recordaba nuestro nombre, sabía que éramos su sangre.
Tuvimos la oportunidad de crear un vínculo, convivir con ella desde otras perspectiva, de tratarla y consentirla con un cariño muy particular. Eso es lo que más extraño.
Recuerdo mucho que le leía, así pasábamos alguna tardes, yo leyendo en voz alta y observando entre líneas esa postura y mirada que me parecía tan extraña en esos días, pero que con el paso del tiempo iba y venía.
Después de esos días la forma de ver a mi abuela era diferente, con todo el respeto y grandeza que representaba y a la vez con todo el cariño y ternura que ahora me inspiraba.
Hoy al tener entre mis brazos a mi hija Atala no puedo evitar pensar en las cuidados que tuve para con mi abuelita y en esa sonrisa que recibía de respuesta y que ahora también recibo.
Sonrisas que alimentan el alma.
Sonrisas que serán eternas.